Utopía y realidad democrática: teoría y praxis en los poderes del Estado mexicano.

Hablar sobre utopía y realidad democrática, nos puede llevar a la tentación de perdernos en una nube de información valiosa y abundante que generan los estudiosos contemporáneos de las ciencias sociales. Pero también la información con la que contamos sobre la práctica de la democracia, nos puede dar como resultado un trabajo emitentemente descriptivo. Nuestra pretensión es buscar un equilibrio, identificando elementos del deber ser como puertos de arribo de lo que está sucediendo en nuestro país, para ir perfeccionando las herramientas normativas para salvar los obstáculos mas significativos de los riesgos de la democracia. Pocos podrían negar a la democracia como factor esencial para el desarrollo de una sociedad. La pobreza, la desigualdad y la discriminación entre otros, son ejemplos de una democracia incipiente, por no decir dónde está ausente, a sido una simulación, o de plano no existe. Así lo podemos ver en ranking que nos presenta The Economist Intelligence Unit realizado para la BBC en 2015, donde los factores que se toman para esta medición son; proceso electoral y pluralismo, libertades civiles, funcionamiento del gobierno, participación y cultura política, con los que coincidimos y nos servirán como palancas de apoyo para contestar la teoría con la práctica de la realidad mexicana. En nuestro caso la democracia no empieza ni termina con los procesos electorales, también tiene que ver con la forma en la que interactúan los tres poderes de gobierno. En un régimen presidencialista como el nuestro, abría que agregar las formas en las que se relacionan los tres poderes del gobierno que por mucho presentan características que caen más en la improvisación que en una planeación orientada a la búsqueda de soluciones reales y tangibles para una población, que cada vez más pierde la confianza en las instituciones y en los agentes que las operan. Una interacción patológica – de sumisión, ineficiencias, intereses, entre otras-, se convierte en inmovilidad funcional que, como engranes trabados que paralizan una maquinaria; nos lleva a perder el rumbo, nos lleva a un desprestigio creciente de las instituciones y, finalmente, a un retraso inevitable del crecimiento y por lo tanto del desarrollo.

DIANA TREJO PADILLA /Universidad Autónoma del Estado Hidalgo
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